Ser niño. Es tan común, lo escuchamos a diario y creemos ver su representación práctica en cualquier lugar. La cuestión es, dentro de sí esas pequeñas palabras guardan una connotación más profunda y significativa. Al pensar en nosotros mismos como niños, nos llega esa oleada de sentimentalismo y nos cae encima un torrente de recuerdos, un sentimiento de añoranza y de alusión de esos “buenos tiempos”. Es importante darse cuenta cómo es que una persona adulta se percibe así misma al momento de recordarse cuando era un niño. Por lo general, construye su historia a través de lo que sus padres o personas cercanas le contaron acerca de sí mismo y no propiamente sobre recuerdos propios –al menos no durante los primeros 3 o 4 años de vida-.
Aunque basemos parte de nuestra historia de infancia a través de lo que otras personas nos cuentan no significa que eso sea nuestra verdadera infancia.
Los niños de la colonia, casas de campaña con cobijas, bicicletas, patines, saltar la cuerda, fútbol a mitad de la calle, tus codos y rodillas negros, encantados, la comidita, la casita, globos con agua, carreritas, comidas con lodo y que tu mamá te gritara que ya te metieras. Esos son los elementos que realmente construyen una infancia, no se trata del cómo te portabas o las gracias que hacías; son los recuerdos los que te hacen saber cuán feliz eras y con cosas tan sencillas. Tus tiempos de cuando sabías hacer magia. Una rama de árbol bien podía ser una espada o la varita de un hada, una guitarra o el micrófono perfecto (todo cobraba vida con un poco de imaginación) cualquier marca en el piso significa un punto al cual correr y permanecer a salvo, poder ser un vaquero o ninja en el mismo día y con sólo hacer una seña “T” con las manos detenías todo al instante.
Dime tú si eso no es magia pura. Ser niño implica ser lo que se quiera ser. Es la etapa de ser libre, no entender de formas porque qué son las formas sino círculos y cuadrados y tal vez ese algo que llaman triángulo. La libertad de reír, llorar, correr, dormir, gritar, subir y bajar.
Y sin embargo, desde el punto en que se entra a una institucionalización se exige un “comportamiento” de acuerdo a la edad, siempre, a lo largo de lo que queda de vida. Si entras a primaria te dicen que ya no eres un niño de kínder que te debes comportar mejor, al pasar a secundaria, preparatoria (hasta en la universidad sucede lo mismo). Nunca hay justificación porque “ya no vas a en la secundaria”, “no eres una adolescente”, “ya eres adulto, debes comportarte”…eres y eres pero no dejan ser. ¿En qué momento te dejarán comportarte como realmente lo sientas? Tal vez de ahí provenga esa frase: “eres tan infantil” o “eres peor que un niño”, ¿que no acabo de decir que ser niño es hacer magia? Entonces ¿por qué tanta crítica al actuar como un niño? ¿Por qué el hecho de tener más altura implica que debamos dejar de imaginar cosas y soñar con otros mundos? Será que el “mundo de adultos” no permite la entrada a la fantasía, a la magia de ser niño. Es esa obligación adulta de entender, analizar y criticar ya no existe el sentir y vivir.
El orden es importante, supongo. Pero el orden según quién, ¿acaso sólo durante la infancia es el tiempo permitido para ser quién realmente se es? ¿Qué hacer si se tienen ganas de gritar o de tirarse al piso y llorar porque las cosas no salen bien? Hay que aceptarlo, lo seguimos haciendo. La diferencia es que ahora sabemos lo que es la vergüenza y nos preocupa el “qué dirán”, sentimos pena por mostrar los sentimientos al desnudo pues son demasiado libres como para mostrarlos a cualquiera.
No es dramatismo lector, pero pregúntate cuántas veces en los últimos días te has sentido tan feliz a tal punto de decir que pareces un niño. ¿Cuántas?
El asunto es este, no importa la edad que se tenga y mucho menos importa cuánto sepamos entender al mundo y su realidad, porque todos somos capaces de vivir y sentir las cosas como lo hicimos alguna vez, como niños.
Conocemos la magia pero la hemos olvidado en el cajón de los recuerdos tal vez sea momento de reconocer que ese niño que un día fuimos es la base de lo que hoy somos.
Y finalmente, piensa, vamos piensa y haz memoria. ¿A qué jugabas tú cuando eras un niño? Y ahora piensa en esto, ¿a qué estás jugando ahora?
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